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miércoles, 6 de febrero de 2008

Proteger y servir


Por Miguel Angel Di Benedetto

-¡Siete treinta a móvil! ¡Siete treinta a móvil! ¡Conteste móvil! Cambio

-¡Aquí móvil! Cambio

-¡Tenemos un sesenta en zona cuatro! ¡Coordenadas: Este nueve; Oeste noventa
y dos! Cambio.

-¡Comprendido siete treinta! ¡Cambio y fuera!

Salen arando. La sirena parte la madrugada en dos. Al volante, el sargento Medina; lo acompaña Tonelli, el “gordo” para los amigos.

Medina hace rebajas como loco en cada curva. Tonelli chequea las armas. Un hombre en ojotas señala una casa. Son tres ladrones. Dan la voz: ¡Policías! Desde adentro les contesta un fuego cruzado.

¡Ahí en el techo, gordo! Dale de acá, voy por atrás...

Pasa el alambrado y se acerca reptando por el barro. Cuando está por llegar a la pared trasera, siente un fogonazo. Alcanza a gatillar cayendo junto al ladrón. Tonelli se coloca en posición de tiro. Desde la verja, el segundo tipo arroja el arma rindiéndose. Sube, esposa una mano y otra en la verja.

Falta uno. Rodea la casa. Encuentra el cuerpo de Medina casi encima del otro. Busca el pulso. Nada. Algo le explota, enardecido trepa por el tanque de agua. Truenos cruzan la oscuridad, la muerte viste de plomo el segundo. Agazapado, cuenta: 5, 6, 7... ¡Perdiste! ¡Hijo de puta! No tenés más balas. ¡¿Se te acabó el coraje?! ¡Esperá; esperá que voy!

Sale de atrás del tanque acercándose lentamente. Ya lo tiene. Puede ver los ojos de rata asustada, oler el miedo... Una chapa cede y el vacío devora. El cuerpo es un desconcierto de huesos, la escopeta lo mira a pocos centímetros de lo que fue una mano. Con la otra se palpa, al llegar a la ingle siente una humedad pegajosa.

La misma que sintió cuando formó con el veintiuno destinado a la cancha de San Telmo. Un sol criminal horadaba los cascos, los chalecos eran de hierro, las balleneras bajo las camisas, rémoras de sal. Y él ahí. Duro. Inmutable, entre los gargajos de los hinchas y las puteadas. Suben las tribunas haciendo un cordón que separa a los locales. Segundo tiempo. Penal en contra. La cancha, muda. El pedazo de cuero no termina de entrar cuando el caos se desata. Piedras. Botellas. Pedazos de chapa. Cuchillos encendiendo el aire.

¡Esto es un desastre señores, el público se desbanda y la policía retrocede sin reaccionar! ¡Una vergüenza!!

-Mario, aquí en la cabecera norte un hincha me dice que esto empezó cuando los efectivos del escuadrón retiraron al “Gato”, jefe de la hinchada.

Las voces comentan sin saber. Si hacen: reprimen; si no hacen: redimen. Siempre en el medio, responsables de todo, menos de su propia vida. El hielo crece desde los borceguíes a las rodillas. Bajar frente a la plaza enfrentando el monstruo de seis mil cabezas que brama enloquecido al compás de los bombos. Acá es otra historia. Bien juntos, escudo contra escudo, un ojo al frente, otro al compañero de al lado.

La mano explora hasta chocar con un ierro del ocho. Emerge de la ingle. Uno de los tantos hierros que forman las celdas, uniendo y separando presos de carceleros. Los primeros, contra su voluntad tras las rejas, los segundos, tras las rejas de la voluntad.

El transmisor carraspea: órdenes, retazos enganchados en las cabriadas del techo. Desde su cabeza contempla la cruz del sur, tan distante como él cuando se graduó. ¡Hermosa, la patrona! Martita agitando una bandera argentina y el nene serio, mirando a papi, orgulloso del uniforme azul.

Se despide la noche, los perros quiebran un silencio de muerte. Sobre la aurora que nace, canta un gallo. Tal vez el mismo que acompaña su corazón; desde el lema que fue su vida: “Proteger y Servir”.

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