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jueves, 20 de marzo de 2008

Uno más... otro enfrentamiento


Por Marcelo Gerez (*)


Una luna blanca, pálida como la muerte, iluminaba esta fría y tranquila noche. Dos conversaciones paralelas pero en distinto ámbito desencadenarían un trágico fin. Un bombón de regalo sería la excusa perfecta para robarle un beso; Milsíade creía que sería así, y dio resultado.

Era su primera cita y sus padres le dieron dinero para dicho propósito. El nombre de la afortunada era Eva, celeste los ojos; de nieve la piel. Un rubor granate invadió su rostro al rozar los labios de aquel chico atrevido.

Había sido un beso, su primer beso. Juntos de la mano y con los guardapolvos blancos recorrieron toda la tarde hasta llegar a la plaza. Eva estaba preocupada por explicarle a sus padres los motivos de la tardanza, pero valdría los regaños, su primer beso lo valdría. A
pocas cuadras de aquella plaza, un automóvil de color gris transita la ciudad en busca de algo que ellos sólos sabían. Tenían una platica, algo muy común para ellos. El llevar contabilizados los enfrentamientos y cada uno de los abatidos eran una estadística ejemplar que los hacía sentir hombres valientes. En ese momento una llamada de radio interrumpe tan apacionante relato y los dos hombres de bien acuden al auxilio.

Mientras los dos tortolitos se despiden, una palabra se transforma en promesa... ¡Chau Eva, mañana te espero, no me falles! Milsíade camina de regreso a casa, mira el reloj, ve la hora y camina tranquilo. Encuentra locales y vidrieras que gustoso observa por la claridad que proporciona la luz de la luna. En ese momento se acomoda la mochila, la abre y saca una visera junto con el revólver que estaba en el fondo.

El automóvil gris, en su marcha, emprende con todo, no errándole a bache ni lomas de burro. Era un enfrentamiento, uno más. Milsíade, ya dentro del local, emprende contra la cajera diciéndole
que le de todo el dinero y que se quede quieta, que no le iba a pasar nada.

Pareciera que aquello era una rutina para Milsíade, por la tranquilidad con la que ejercía cada movimiento. Recaudó todo el dinero y una cadenita con un corazón que se lo iba a obsequiar a Eva.

Fugazmente se alejó del lugar perpetrado y en su espalda la luna como único testigo. Acá lo tenemos, lo tenemos; se escucha por radio. Necesitamos refuerzos, fue lo último que se escuchó aquella noche.

Atrincherado en un Corsa modelo 2001, los disparos rechinan en la chapa y ninguna voz da la orden de alto. Ningún instante sería tan eterno como ése, ni tan arrebatador. Dos plomos cobrizos silban sigilosos y una mano temblorosa repele el fuego. De pronto, el auto gris funde los frenos y descienden como rapaces buitres para tomar sus presas.

¿Cuántos son? dice uno. Es un caco, contesta el otro. En ese instante Milsíade, estaba rogándole a Dios para que viniera su madre y no se enterara el padre. Recordaba el consejo de su padre: cuando lo detuviera la policía, tenía que decirles quién era su progenitor. Pero no le darían esa oportunidad. De repente, Milsíade se lamenta por ser el él quien rompa la promesa y no vaya a la cita con su doncella.

Aprieta con fuerza la cadenita que le iba a regalar a Eva y cegado busca una salida... Había una, pero no sería triunfante. Un buitre que servía de señuelo lo distraería de un lado y el final se lo daría el otro hombre de bien. Un silencio gélido inunda el clima, los ruegos del niño están por llegar a destino... De repente se oyen tres disparos, uno del oficial, otro de Milsíade, y el último es el que abate al ladrón.

La sangre que mancha la noche y que acompaña al frío, deja que corra por la vereda hasta apagar el último aliento. Un rostro pálido y familiar; aquel que le dio la vida, esa noche se la quitó...

- Buen día... (Milsíade)

- Buen día hijo... (el padre)

- Buen día amor... (la madre)

- Pa, Ma, tengo novia, se llama Eva y hoy tengo una cita.
(*) Privado de la libertad, en la Unidad 36 de Magdalena Actualmente estudia Periodismo y
Comunicación Social en ese penal