Bienvenido !

Un relato por dia. Envia el tuyo a castillo@diariohoy.net
Extensión sugerida 5000 caracteres.


Las opiniones vertidas y/o contenidos de los cuentos son exclusiva responsabilidad de los autores. Siempre Noticias S.A no se hace responsable de los daños que pudieran ocasionar los mismos

viernes, 8 de febrero de 2008

El gángster



Por Matías Alfredo Verna

Sintió el frío de la Browning 9 milímetros en la palma de su mano y colocó el cargador con 10 balas, dejando una en la recámara. Se llevó la pistola a la cintura, se aflojó un pasador del cinto y cubrió el arma con su remera blanca estirada que llevaba fuera del vaquero gastado.

Recorrió su casa con la mirada y salió a la calle.

Las luces quedaron encendidas por si llegaba tarde y dejó las cortinas tapando las ventanas, para que nadie mirara hacia el interior.

Llevaba unos zapatos marrones lustrados, con suela de goma para no hacer ruido. Su paso era seguro, aún en las veredas más desastrosas.

Miraba hacia delante con los ojos clavados más allá y fuera de si. Su mano derecha estaba apoyada sobre la remera blanca que acariciaba la pistola y con la otra mano contaba de uno a cinco sin parar.

No sabía el nombre de la víctima ni los motivos de su asesinato; conocía el lugar de residencia y su rostro. No era necesario saber más.

Seguía caminando y al acercarse al lugar comenzó a sudar un frío más cortante que el de la Browning 9 mm.

Simulaba muy bien su miedo y su necesidad de matar. Nada lo detenía, su mente estaba tatuada con la cara del futuro cadáver, la tapa de los diarios de mañana, el desafortunado.

Le pareció llegar al lugar y sacó de su bolsillo izquierdo (sin sacar la mano derecha de la pistola) un papel con la dirección correcta: Islas Malvinas 4822 piso 5 departamento B.

Miró el reloj y no miró la hora. Esperó a que alguien bajara para poder entrar; salir no era ningún inconveniente porque la puerta podía abrirse desde adentro. Pasaron cinco minutos y una mujer con su bebé salieron del edificio.”¿La ayudo señora?”; - sí por favor -, clavó los ojos en la criatura que dormía en su cochecito, miró a su madre que agradecía con una sonrisa y entró.

Tomó el ascensor que estaba en la planta baja y que seguramente había dejado la mujer. Con el dedo índice temblando oprimió el botón Nº 5; el sacudón del ascensor le ofreció unas ganas de vomitar que no quiso aceptar.

Sudaba mucho, se secó la transpiración con la remera blanca estirada y al levantarla vio en el espejo la pistola que ocultaba en su cintura; la tomó con su mano derecha y la apoyó sobre su pierna.

Se detuvo en el piso indicado. Abrió la puerta con cuidado, la dejó así para que nadie usara el ascensor y buscó la letra B. Los mosaicos del pasillo estaban encerrados y las suelas de goma de sus zapatos marrones se adherían al piso. Caminó lentamente y con los nudillos de su mano izquierda golpeó dos veces.

La puerta se abrió, las bisagras chillaron un poco y el tatuaje que llevaba ensu mente con la cara de la víctima se hizo realidad.

Colocó el caño helado de la 9 mm en la frente de la víctima, inspeccionó los rasgos de su cara y se detuvo en los ojos aterrados. Quiso escucharle la voz, pero no dijo una palabra, cerró los ojos y disparó cuatro veces.

Nadie escuchó los disparos y muchos no quisieron escuchar.

Volvió la pistola a su cintura y se sacó la remera blanca manchada de sangre que luego guardó en una bolsa de supermercado. supermercado.

Encontró una camisa de la víctima que le quedaba ajustada, le costó un poco prender los botones porque eran pequeños y porque seguía temblando; recorrió el departamento con la mirada, cerró la puerta con el pie y se fue hacia el ascensor.

Llegó a la planta baja y se llevó a la axila la bolsa de supermercado del muerto con la remera blanca estirada manchada de sangre.

La puerta del edificio estaba abierta.

El portero baldeaba la vereda concentrado en la escoba y el secador. Los zapatos de goma siguieron en silencio y mientras caía la tarde caminó hacia su casa.

En el camino se cruzó con la mujer y su bebé, la saludó con la cabeza y ella se detuvo un instante en la camisa ¿sería de su marido?... Quién sabe.

Siguió con la mirada hacia delante y se metió en su casa. Las luces estaban encendidas, las cortinas seguían corridas y la noche cubría al asesino.

Apagó las luces, cerró las ventanas, se duchó por más de media hora y se acostó con la Browning 9 mm cargada con las 6 balas restantes debajo de su almohada. No soñó ni se interrumpió su descanso. Cuando la radiodespertador anunció las 7 a.m. saltó de su cama. Corrió hasta su puerta donde lo esperaba un sobre cerrado.

Buscó la luz de los primeros rayos del sol para no dañar la correspondencia y la abrió con un cortaplumas que tenía en el cajón de su escritorio sin papeles.

Sacó un cheque de $ 5000 y el diario del día con su víctima en la tapa; buscó en la anteúltima página del matutino la información necrológica y conoció el nombre del desafortunado.

Cerró el diario.

Sintió la Browning debajo de su almohada y siguió durmiendo, hasta el próximo encargue.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho tu cuento. Aprecio el cine negro y su literatura.
yo_xeneize_87114@hotmail.com mi mail, agregame y hablamos. Saludos

Anónimo dijo...

te faltan mas construcciones, por lo demas es respetable