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martes, 12 de febrero de 2008

El enjuto


Por Oscar Ojea Chiappesoni

“Mañana no es el otro nombre de hoy” Eduardo Galeano
Su pecho palpitaba a mil. Había tomado una decisión. Necesitaba guita y era ahora o nunca. La desvencijada moto rompía con su ruido la calma del barrio. Eran casi las tres de la tarde. Ni un alma bajo el sol de enero. A lo lejos, el rumor de los autos traía la presencia de la avenida 72.

Se ajusta la gorra hasta las orejas. Trata de acordarse desde cuándo usa esa gorrita. Sólo sabe que se la dio su prima Gladis. La había encontrado en la playa de San Clemente, hace como dos años. Le gustaba y hasta dormía con ella, con la gorra, por supuesto.

La moto se quejaba sobre la polvorienta calle. Dobló hacia el almacén de Coca. Tanteó en su bolsillo izquierdo el bulto que le daba fuerzas. Si don José, el dueño del corralón, se enteraba de que le afanaba el fierro seguro lo cagaba a patadas y era capaz de denunciarlo a la policía. Pero el
patrón era un viejo distraído y nunca se acordaba donde había guardado el arma.

A lo lejos divisa una señora, de edad, sentada en la vereda. Juega con un borreguito. Tal vez su nieto. Tal vez no quiere dormir la siesta. A él tampoco le gustaba dormir la siesta. Cuando su madre lo obligaba, saltaba por la ventana y se las tomaba para la cava con los pibes amigos. Ya no
piensa en el almacén. Su mirada se clava en la mujer y en el chico. A los alrededores no hay nadie. Sólo perros atorrantes que desparraman basura. La tarde quema como nunca. Detiene el motor y la moto sigue silenciosa y lenta. Se detiene junto a la mujer que ha tomado de la mano al chico
y mira con asombro y desconcierto al recién llegado.

Resoplando coraje de no sé donde, salta de la moto y con fiereza la empuja hacia lacasa. Con voz ronca y apagada le pide plata, plata y plata. Su mano derecha crispa la pistola plateada que parece una antorcha bajo el sol. Tiene el cuerpo bañado en sudor, la remera pegada al cuerpo. Cuerpo enjuto, como le decía siempre el doctor de la salita. La mujer ahoga un grito y el pendejo
llora asustado. Se juramenta no aflojar ahora. Unos pesos y algún electrodoméstico le vendrán bien para organizarse. De pronto un estruendo. Un golpe seco en la panza seguido de un dolor de mierda lo tira contra el cerco de cañas. Siente frío, ganas de vomitar, su vista se nubla. Levanta
la cabeza y alcanza a ver a un tipo grandote, de rulos y barba, con los ojos agrandados por la bronca y el miedo.

El grandote sostiene una escopeta. Suena otra explosión. Su pierna da un latigazo en el patio de ladrillos y le hace estremecer el cuerpo. Más dolor. Una sueñera pegajosa lo invade. Parece que flota. Ahora sí no escucha nada. Mueve su mano y allí está el fierro de José. Ojalá que no se
entere de que lo agarró por un ratito.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://sutterkahne.blogspot.com

saludos!