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domingo, 17 de febrero de 2008

Destinos Cruzados


Por Juan Sebastián Pino (*)

Las sirenas de la policía comienzan a sonar y trata de huir aterrorizado, pero sudado por la adrenalina descubre que sólo es el despertador y entre dolores de cabeza y maledicencias decide lentamente dejar la pereza para otro día.

El detective Williams despertó de una larga y abrumadora pesadilla, en la cual arrollaba a un hombre y se daba a la fuga siendo un mercenario más de la injusticia. Pero al levantarse, su cama sangraba y encontraba bajo las sábanas un aberrante imagen: el cadáver de aquella víctima de asesinato que atentaba contra su integridad mental.

Luego de ese funesto episodio, comenzó a descubrir que aún quedaban resabios de fantasía y renunció a la posibilidad del “sueño dentro de un sueño”.

Despertó al fin e indagó en su libro de seudo-psicología qué podría significar aquella visión imperfecta de una realidad inconcebible, aunque aquel abad de papel no reveló nada.

De camino al trabajo, un hombre se cruzó en su camino, y el auto frenó estrepitosamente marcando en el pavimento dos líneas paralelas. Sólo un susto; un dejavú en el centro de la ciudad y a esa hora hubiera convertido esa calle en una necrópolis.

Aceleró su auto y llegó rápidamente a la oficina, aunque el camino se plagó de escrupulosas sentencias. Confinado en el rincón de aquella gran sala ponía énfasis en expedientes pendientes cuando escuchó la voz impulsiva de Marcos.

Algo en su voz lo impacientaba, al mismo tiempo que lo calmaba recordándole que ya estaba en tierra firme y la furia de su auto no podía descargarse en un peatón de dudosa prudencia.
Allí, la memoria llamó a la cara de aquel sueño: era Marcos a quien atropellaba.

Sintió intriga, y para cerciorarse de que nada ocurriese ese día le preguntó su hora de salida. Marcos saldría temprano. Todo estaba bien.

Luego de hacer unas compras, Marcos se iría a cuidar la casa de su madre, a pocas cuadras de la del detective Williams, ya que estaba deshabitada y temía que algún indigente la ocupara.

La posibilidad de que lo imaginario pasara al plano real lo hacía inquietarse nuevamente y para distenderse de su trabajo por unos segundos, tomó un papel en blanco y quiso dejar que las palabras fluyeran; pero no pudo, pasó el tiempo observando, pero no pudo analizar el propio sentido de su mirada: calculadora, fría y obsoleta.

“Basta ya de pensar, no quiero sentir los agravios de las palabras que no suenan en el interior de la imperfecta circunferencia”. Por último recapacitó en el papel imperceptiblemente escrito: “El adorno de las expresiones sólo entorpece el significado de las mismas, siendo éstas modelos elaboradas hace siglos y las cuales el mundo se niega a dejar en el olvido pues alguna mente débil
o protestante se vanagloria de escucharlas o expresarlas”.

Pero sus informes no podían carecer de esos arreglos superfluos y las abominables contradicciones nuevamente abordaban su conciencia.

Dejó sus escritos, pensando que solo lo ensoberbecían y desfiguraban aún más la imagen que tenía de sí mismo a partir del comienzo de ese día. Tres horas más tarde que Marcos, el detective Williams salió de su agobiante trabajo.

Mientras tanto, Marcos terminaba de hacer las compras para la cena de esa noche y se dirigía al que sería su nuevo hogar por unos días.

Williams, al percatarse de que el auto no encendía, llamó a una grúa; el operador le indicó sobre las importantes demoras y le advirtió que no podrán remolcar el auto a su casa sino hasta el día siguiente. Resignado, el detective comenzó a caminar. En la oscuridad de la noche vio un auto y cruzó rápidamente la avenida pensando en aquello que antes imaginó: un “peatón de dudosa prudencia”, pero otro auto lo arrolló del lado contrario de la calle, dejándolo malherido en el empedrado azul.

Se levantó y siguió camino a su casa, pero antes de llegar a su destino observó una similar a la suya y entró creyendo que aquella vivienda era la correcta. Las luces estaban prendidas, y fue lo primero que lo hizo dudar. Para rematar la situación, la puerta estaba entornada.

Pensando en la presencia de indigentes en la casa, desenfundó su arma y comenzó a investigar la zona. Había cosas que no reconocía, y pensó: “juraría que este mueble no estaba aquí”. Siguió explorando por el pasillo y sin medir la gravedad del asunto entró en la habitación y cayó en la cama.

Marcos revisó el auto para cerciorarse de que estuviera en condiciones de salir al día siguiente, pues de camino había arrollado algo. Le molestaba que un perro lo hubiese rayado. Salió de la cochera y entró las últimas bolsas que habían quedado en su auto de color rojo.
Cansado, dejó la cena para otro día y se acostó a dormir.

Al salir el sol el día siguiente, Marcos despertó de un sueño en el que atropellaba a una persona, escapaba al escuchar las sirenas de la policía, y al llegar a su casa y entrar en la habitación, encontraba un cadáver en su cama. Pero el muerto a su lado no era un sueño, era una realidad.

Había matado a su amigo, camino a casa.

(*) El autor tiene 17 años

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://sutterkahne.blogspot.com

saludos

Anónimo dijo...

El autor es joven y ya invento un trama policial