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miércoles, 16 de enero de 2008

Las reglas del juego


Por María Sol García Cejas

Estás solo, en la oscuridad, esperando. Algo te dice que será esta noche y siempre seguiste tus pálpitos. El sonido de la cerradura que se fuerza, te confirma que estás en lo cierto.

Un hombre irrumpe en tu habitación.

-Bienvenido- le decís encendiendo la luz-. Veo que las noticias corren rápido. Sabía que tarde o temprano iba a recibir visitas y, como verá, me tuve que preparar...

El hombre mira el revólver en tu mano y se apoya contra la pared. Te gustaría ver la expresión de su rostro, pero un pasamontañas se lo cubre.

-Siéntese y ponga su arma sobre la mesa, despacito, sin trucos- ordenás. Te obedece y se sienta frente a vos. Las pestañas que recubren sus ojos azules ni siquiera parpadean.

-A pesar de haber entrado sin permiso, tendrá el honor de compartir conmigo un juego. Espero que haya oído hablar de la “ruleta rusa”. Las reglas son bastante conocidas: un revólver, una sola bala, la boca del cañón en la sien, disparamos por turnos, uno vive, el otro muere. -¿Está claro, no?- le preguntás mientras hacés girar el único proyectil depositado en el barrilete.

El joven asiente con la cabeza.

-Es simple pero letal: hay seis posibilidades de vivir y una de morir. Usted apostó su vida en el momento en que eligió entrar en mi casa. Yo haré lo mismo con la mía. Así que no perdamos el tiempo.

Buscás tu moneda de la suerte en el bolsillo de la camisa.

-Cara, empieza usted. Ceca, yo. Mi mamá siempre me decía “nene, el juego te va a matar”, espero que esta noche se equivoque.

Sonreís por primera vez en la noche.

Tu dedo pulgar impulsa la moneda hacia-Cara, el primer turno es suyo.

Le entregás el calibre 22.

-No se haga el vivo, cualquier movimiento extraño y el juego se termina pronto. Ya me fijé y la suya está llena de balas, le advertís.

El desconocido no puede dejar de mirar el gatillo. Demasiadas preguntas tiene atragantadas en la garganta, demasiadas preguntas que tal vez de un tiro se queden sin respuestas.

-Si piensa tanto, pierde la gracia. Este juego tiene que ser rápido... -¡Ya, ya, ya! - le gritás.

Apoya la boca del cañón sobre su sien. Cierra los ojos y dispara.

Nada.

El juego continúa.

-¡Tuvo suerte para la desgracia!- bromeás. Ahora me toca a mí.

No dudás, casi como un acto reflejo, arriba. La dejás caer sobre la mesa la pistola está en tu cabeza, tu índice en el gatillo y lo jalás. El percutor retorna abruptamente a su posición original, pero la bala permanece en el barrilete.

-Ahora estamos parejos, en la primera jugada el segundo jugador tiene ventaja y eso no me gusta mucho. Fue la moneda la que eligió. ¿Sabe que yo nunca hice trampa? No me gusta ganar así, no tiene sentido para mí... No, señor... Cada juego tiene sus reglas y hay que cumplirlas, porque si
no se respetan, al final tocará pagar las consecuencias. ¿No le parece?

El muchacho ya ni siquiera te mira. Con la frente apoyada sobre la mesa, toma conciencia de que el próximo turno es suyo.

-¿Quiere un vasito de ginebra para matar los nervios?, le ofrecés.

No te contesta.

-No importa. Me tomo el suyo y el mío. Vaciás las dos medidas en tu boca. El revólver vuelve a estar en las manos de tu oponente. Esta vez, no se toma su tiempo, quiere que todo termine rápido. Dispara, pero la bala no se hace presente.

-Desde que gané los cuatro millones en la Lotería, siempre supe que los tendría que defender con mi vida. Así como el azar me los entregó, decidí que fuera el mismo azar el que me los quite -le confesás-. Le doy una data: la clave de la caja fuerte es 9984, los últimos cuatro números del billete ganador. Está escondida debajo del cuadro de “Jerry”, mi caballo. ¿Sabe que tengo un pura sangre, no? Mientras hablás, apretás el gatillo.

La bala permanece en el tambor.

-Bueno, concéntrese, si logra salir victorioso de este juego, además de estar vivo, va a ser rico- le decís para animarlo.

Oprime el gatillo. Ninguna descarga.

El intruso lanza una carcajada cargada de lágrimas, de tensión, de pánico. Una risa que hace estremecer hasta al demonio. Es la primera vez en la noche que emite un sonido.

Quedan dos espacios, un proyectil y el cincuenta por ciento de posibilidades de morir o de vivir.

Ahora, la pistola está apoyada en tu sien y estás dispuesto a todo. De pronto, tu rostro palidece, como si hubieras tenido una visión, como si alguien te hubiese contado un secreto.

Repentinamente, dirigís la punta del revólver hacia tu rival y disparás. La única bala que había en el tambor se deposita en la frente del participante involuntario, cuyo cuerpo cae desplomado
sobre la mesa. Su sangre no alcanza a teñir tu moneda de la suerte.

-Pálpitos son pálpitos- pensás, mientras guardás la moneda en tu bolsillo.

Ilustración: Damián Soriano

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