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viernes, 4 de enero de 2008

El décimo será usted


Por Rodrigo Mauregui

Era una tarde másdesde mi ventana.

-Se llevaron a Pepe.

-¿A Pepe?¿el verdulero?

-Exacto.

-¿Cuándo?

-Ayer a la noche.

Pepe era conocido en el barrio por sufalsa tonada italiana y su devoción porlas estampillas. Tenía guardadas algunasque, según sus dichos, un eruditolas pagaría una fortuna. Lo conocícuando infante: tendríamos ocho onueve años. Ambos éramos nuevos enel barrio. Solía disgustarse cuando locontradecía. Era un caprichoso querible.Con el devenir de los años nos fuimos distanciando, pero eso no invalidaque guarde un grato recuerdo.

Pepe había sido el noveno. Antes habíandesaparecido Carlos, el periodista,con quien habíamos sido compañeros de banco en primer grado, y su esposa,Marcela, una histérica engreída.

En el barrio se sospechaba que sehabían dado a la fuga hasta que hallaronlos cuerpos mutilados junto a las costas del río.

A los pocos días fue el turno de Rómulo, un solterón que se jactaba de poseer incontable cantidad de hectáreas en el sur y un sin fin de conquistas amorosas. Nadie tuvo certezas de
la veracidad de esos dichos pero a todos causó asombro la noticia de su huida. Allí comenzó el desconcierto barrial. ¿Estaría por avecinarse algo y sólo algunos estaban prevenidos? La
duda estaba instalada. Tal vez habían sido suicidios o quizá estaban formando parte de una secta con rituales humanos. El único punto en común fue las marcas de un par de caninos a
la altura de la yugular. Los investigadores echaron por tierra la idea del vampirismo (prefirieron creer que era una estrategia para sembrar pánico y desconcierto). Eran todas conjeturas.

El día de la primavera trajo consigo la desaparición de toda una familia. No olvidaré jamás la notificación.

-Pasé por la casa de los Suárez y la puerta estaba abierta. Me asomé y observé la casa totalmente vacía. No entiendo nada. ¿Cómo pudieron irse sin avisarnos? Ana es como mi hermana y por Mateo daría todas mis vidas.

-¡Qué extraño! Yo al mayor lo vi hace unos días paseando en su bicicleta nueva.
Parecía tan contento ¿estás segura?

-Sí, no me lo contó nadie. ¿No te digo que entré?
-¿No será que salieron?¿Un viaje?¿Una urgencia? Viste que los médicos son así...impredecibles.

-No creo ¿Para qué se llevarían los muebles?

-Es cierto. No tiene lógica.

-¿Llegará el día que también nosotros debamos abandonar esta casa?

-Uno nunca sabe. Ayer éramos jóvenes sedientos de felicidad y mañana, un
recuerdo. Son las reglas.

-Yo nunca las acepté.

-Implícitamente sí desde el momento en que decidiste venirte a vivir a este barrio.

-De ser por mí no lo hubiera elegido.

-Tampoco ellos eligieron desaparecer.

-¿Estás seguro?.

-No. Supongo...

La charla había tenido poco de revelador. Nadie tenía la respuesta del acertijo. Algún hechicero oportunista cosechó adeptos adjudicándosela. Le tocó ser el octavo.

Lo certero fue el telegrama.

EL DECIMO SERA USTED

No tenía remitente ni firma pero los últimos acontecimientos demostraban que eran estrechos los límites para dudarlo. Afortunadamente había sido yo el encargado de recogerlo, por lo que
ella no se había dado por enterada. Lo leí reiteradas veces como tratando de hallar más pistas, algún mensaje subliminal, una señal.

Esa idea absurda no halló elementos para sostenerse. Lo hice un bollo y lo guardé en el bolsillo de la camisa. Debía ir a trabajar y no había que adelantar las preocupaciones. Mi abuelo solía decir
no metas en tu boca más comida de la que puedas masticar. No guardaba correspondencia
exacta con la situación pero habíame servido para rememorar los dichos de otro desaparecido añejo y causóme regocijo hacerlo. Si la muerte es ausencia y olvido, tal vez invocarlos
sea devolverles retazos de vida.

A mi regreso hallé en ella una necesidad imperiosa de sentirse amada, como si supusiese que esa sería nuestra última noche. No acusé recibo y mantuve mis conductas habituales.

Nuestra relación estaba alunesada pero sin grandes vicisitudes que atravesar.
Cogí de mi mesa de luz El juguete rabioso y me dispuse a leer la cuarta parte.
Tal el protocolo, optaba por un beso costumbrista y dormirse (siempre le
aburrió mi amor por la lectura).

Restaban pocos minutos para la medianoche. Afuera parecía haber alguien. Rumores. Algún motor. Pasos.

Me levanté en silencio para no alarmarla. Apagué la luz (la sombra es alcahueta).
Me puse el pantalón y tomé un cuchillo.

Permanecí agazapado junto a la puerta de entrada. La pasividad era absoluta.
Esperé unos instantes y salí. Portar el cuchillo me otorgaba una valentía
inusitada. Tal vez por nervios, culpa o evidente inoperancia, lo cierto fue que
obvié cerrar con llave.

Siempre recordaré a esa mujer.

Las opiniones vertidas y/o contenidos de los cuentos son exclusiva responsabilidad
de los autores. Siempre Noticias SA no se hace responsable de los daños que
podrían ocasionar los mismo

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buena propuesta, mandaré un relato dentro de poco ¿debe estar en formato Word?

MF dijo...

Hola. Gracias por los comentarios.
No hace falta que este en formato word.
Gracias nuevamente !