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jueves, 10 de enero de 2008

Cambio de planes


Por Fabricio Dietrich


Periodistas de mierda. “Noche siniestra”, decía la tapa del suplemento de policiales. Era 6 de septiembre, y ese tipo al que habían bautizado “El asesino de Satán” había matado una mujer la noche del 6 de junio. Otra la del 6 de julio. Y, sí,
una más la del 6 de agosto. “La policía sigue sin tener pistas”. Me estaban empezando a hacer quedar mal, muy mal, y eso no me gustaba.
Sentí el aroma de las lilas tres segundos antes de que dijera hola. Jamás supe diferenciar una flor de otra, pero sabía que su perfume olía a lilas.

-Hola, detective.
Odiaba que me llamara así, y ella lo sabía.

-Hola, teniente- decidí seguirle el juego.
Salvo por el metro sesenta que apenas alcanzaba cuando andaba de civil con sus tacos aguja, todo en Laura era exagerado. Tenía los cabellos muy negros y muy lacios, los ojos muy redondos y muy verdes, la boca muy grande y muy roja, la barbilla muy pronunciada. Parecía un dibujo sacado de una historieta japonesa. Sus curvas también eran muy. Pese a ello, todo lo excesivo encajaba a la perfección en lo exiguo de su cuerpo.

-Puntual, como siempre. Y eso que te llamé hace 20 minutos. Preferí no decirle que conducía mi auto cerca de allí cuando me había sonado el celular.

-Me intriga que me hayas citado a esta hora y en un bar.

-No se haga ilusiones, detective -dijo con algo que no supe si era picardía o sarcasmo-. Es por el caso. No hacía falta aclarar qué caso.

-Creo haber descubierto un patrón.

-Sí, mata mujeres los 6 a la noche y les marca con un cigarrillo el pezón izquierdo -levanté el diario-. Lo leí varias veces. Me miró con la suficiencia de un egresado de Harvard que va a dar una conferencia a una secundaria de Los Hornos.

-Está matando prostitutas. Esa había sido nuestra hipótesis hasta la tercera.

-La tercera era secretaria le respondí con sequedad, para remarcar lo molesto que me resultaba decir una obviedad.

-Lo que él considera prostitutas

-puso el acento en el él, e hizo una pausa-. Y no sólo eso: las conocía a las tres. Y seguro conoce a la cuarta. Me quedé mirándola. Le temblaba el labio inferior. No sé por qué, pero me hizo recordar a Vivian Leigh en la escena final de Lo que el viento se llevó.

-Aunque quizá a la primera no la conocía. Marilina Sánchez era una puta barata, que hacía la calle por dos mangos. Tal vez la eligió al azar. Tal vez fue la primera que se le cruzó la noche que había escogido para empezar a matar. Por eso la liquidó de un balazo y listo. No se ensañó como
con la paraguaya y la rubia. No tenía nada contra ella. Bastaba con la marca del cigarrillo y que fuera la noche del 6 para que después quedara claro que había sido él. Detuvo su catarata verborrágica para encender un Parisienes. Porque Laura fumaba Parisienes.

-La noche que la mataron, Karina Frías se había ido un rato antes del privado donde trabajaba. Dijo que estaba descompuesta, pero estoy segura de que nuestro hombre la tentó con buena guita para que pasara la noche con él. Y ella aceptó porque lo conocía y sabía que pagaba bien...

-La paraguaya no hacía dos semanas que trabajaba ahí -la interrumpí-. Yo mismo hice los interrogatorios.

-Pero hace un año y medio que vivía en Argentina, vivía sola, no tenía profesión conocida... es más que probable que antes estuviera en otro privado... y eso se puede averiguar, ¿no?

-Supongo que sí -mascullé-. Aunque habría que ser más que discretos. En teoría, la policía no sabe que esos lugares funcionan... Laura echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. En 49 años, sólo he conocido otras dos mujeres capaces de hacer eso y no perder una pizca
de sensualidad.

-Bueno, se puede hacer -concedí.

Me miró a los ojos y cerró la carcajada en una media sonrisa que era más amplia que muchas risas que he conocido. Le hice la pregunta que estaba esperando.

-¿Y la rubia?

-A la rubia la encontraron desnuda sobre su cama. La cerradura no había sido violada. Pero él no la sorprendió...

¿Cómo mierda se sorprende a alguien que vive en un cuarto piso? Ella lo dejó entrar, y lo dejó entrar porque lo conocía. No podía imaginar que iba a terminar destazándola y arrancándole el clítoris con un cuchillo.

Se detuvo para darle una última calada al Parisienes, lo apagó en el cenicero con sólo dos pequeñas rotaciones de su muñeca, y se quedó en silencio.

Yo seguí en silencio. Cuando el silencio se me estaba empezando a meter por las fosas nasales, continuó.

-La conocía. Era su ex algo. Ex compañera de trabajo, ex vecina, no creo que ex pareja. La rubia estaba en planta en la Cámara, ganaba más que vos y yo juntos, y apenas podía tipear con los dos índices. Alguna vez fue muy bonita, no sé si me entendés.. para el tipo era una puta. Está llevando a cabo su propia campaña de limpieza moral, y no va a parar hasta que mate a todas las putas- Laura acompañó la palabra con un fuerte acento en la u e hizo unas comillas con el dedo índice y medio de cada manoque se le hayan cruzado en la vida. No me extrañaría que la quinta o la sexta sea su madre. Me reí. Creo que era la primera vez que eso me pasaba en el día, y eran las diez de la noche.

-Esto no es una novela de Agatha Christie, Laura.

-Odio a Agatha Christie.

-No tenés una sola prueba.

-Es mucho más de lo que conseguimos en tres meses. Busquemos ex compañeros, novios, amigos, vecinos, clientes, lo que sea de las tres...

-De las cuatro, si estos cagatintas tienen razón.

-...y vamos a encontrar a nuestro hombre. Pensé: “OK, Laura, que sea así”. Y dije:

-OK, Laura, que sea así. Me miró como mira el paño el tahúr que acaba de acertar un pleno en la ruleta.

-Mañana pongo a toda mi gente a rastrear datos. Si tenés razón, en dos días lo agarramos. Y si hoy mata, mejor. Más fácil. Esa chica debía tener un aire acondicionado en los ojos, porque en un
segundo me congeló con la mirada.

-Te importan un carajo estas mujeres, ¿no? Lo único que querés es salir bien parado.
Me dieron ganas de putearla. Pero dije:

-Bueno, digo, si tu teoría es cierta... no quise decir eso, Laura. Mejor vamos. Te llevo.

-No, dejá, me tomo un taxi.

-Laura, ya sé que vos y Miranda... El aire acondicionado de sus ojos bajó unos 15 grados. Puse mi mejor cara de perro que acaba de ser sorprendido después de orinar sobre la alfombra nueva.

-Perdoná, no soy nadie para meterme en tu vida privada. Sonreí por segunda vez en el día.

-Te llevo, dale, y de paso te cuento un par de cosas que se me están ocurriendo para ajustar tu teoría. Lo pensó unos segundos, el tiempo que tardó su ego en hacerla aflojar.

Tomó la cartera y amagó con sacar la billetera. Se lo impedí con un leve gesto de mi mano izquierda.

-Bueno, vamos. No sé qué cosas se te ocurrieron, pero vas a ver que tengo razón. Y me vas a deber un ascenso. Seguí el bamboleo de sus caderas a través de las mesas del bar. Antes de
salir, pensé: “OK, Laura, que sea así”. Pero es una pena. Hubiera preferido que fueras la sexta.

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